El Relato de David – Parte 8

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Miércoles 10 de agosto de 2022

PARTE 8

2 Samuel 8—12

El Señor nos dio muchas victorias en contra de nuestros enemigos tradicionales, y pronto los habíamos subyugado a todos. No solamente los filisteos, sino también los edomitas, amonitas, moabitas y los arameos, quedaron sujetos a Israel. Nuestro reino finalmente se extendió desde el río Eufrates en el norte, hasta Egipto al sur, tal y como Dios se lo había prometido a Abraham. Mi hijo Salomón lo extendería aun más, construyendo por medio de la diplomacia sobre las conquistas que yo había hecho por medio de la guerra.

Un día les pregunté a mis consejeros si había algún miembro de la familia de Jonatán que estuviera vivo y a quien yo le podía demostrar misericordia en nombre de Jonatán. Jonatán y yo habíamos hecho un pacto un tiempo atrás el cual, entre otras cosas, nos obligaba a velar por la familia del otro en caso de que uno de los dos muriese. Jonatán había muerto junto con su padre en la batalla de Bet-san.

Me trajeron un antiguo siervo de Saúl el cual me contó que había un joven lisiado llamado Mefi-boset quien era hijo de Jonatán y vivía en un lugar llamado Lodebar. Cuando me convertí en rey de Israel, toda la familia de Saúl huyó temiendo por su vida, porque pensaron que yo tomaría venganza por la manera cómo Saúl me había tratado. En su prisa por escapar, su nodriza tomó al niño de cinco años de edad para llevarlo en sus brazos, pero ambos cayeron sobre el piso enlozado, y ella cayó sobre el niño quebrando sus dos piernas, dejándolo lisiado de por vida. (2 Samuel 4:4). Cuando creció, su familia lo convenció de que yo era el responsable de su condición y que aun quería matarlo.

Después de que me enteré del paradero de Mefi-boset, envié soldados para que lo trajeran. Cuando lo trajeron a mi presencia, Mefi-boset, temiendo por su vida, me preguntó si yo iba a matarlo ahora. Yo le aseguré que no haría tal cosa y le comenté sobre el pacto que había hecho con su padre Jonatán. Luego lo perdoné por haberme odiado durante toda su vida, le restauré todas las propiedades que habían sido de su abuelo, Saúl, y le asigné siervos que trabajaran la tierra para que sus necesidades fueran siempre satisfechas. Finalmente, le pedí que se trasladara a vivir a Jerusalén y que comiera en la mesa del rey, como uno de mis propios hijos. Mefi-boset estuvo de acuerdo con eso.

Este es uno de los eventos del Antiguo Testamento que en realidad también sirven como un modelo de lo que Nuestro Señor ha hecho por nosotros. Es que el pacto que yo hice con Jonatán es simbólico de otro pacto. Solamente sitúeme en el papel del Padre y a Jonatán representando al Hijo, y entonces se darán cuenta de lo que estoy hablando.

Antes de la fundación del mundo, el Padre y el Hijo acordaron hacer un pacto llamado el Pacto Eterno, y estas son las condiciones. Después de la muerte del Hijo, el Padre nos buscaría para ofrecernos el perdón por haberle odiado, restauraría nuestra herencia, y nos traería a Su presencia para comer en Su mesa como uno de Sus hijos, para que nunca más tuviéramos temor por nuestra supervivencia. Todo lo que necesitamos hacer es estar de acuerdo con ello.

De la misma manera que Mefi-boset, nosotros no entendimos estas provisiones, por eso es que mientras Dios nos buscaba, nosotros huimos por nuestras vidas, como él lo hizo. Nosotros también habíamos escuchado las historias de la ira de Dios y se nos había dicho que Él era el responsable de nuestras enfermedades. Finalmente, un día, Él nos encontró y nosotros temblamos a Sus pies por el miedo de perder nuestra vida. Él nos explicó sobre el pacto, y sobre el amor que quería mostrarnos en nombre de Su Hijo.

“Mi Hijo murió por ustedes”, dijo, “y ahora yo quiero perdonarlos. Y cuando lo haga, todos los pecados del pasado, el presente y el futuro, que ustedes han cometido, serán limpiados. Todo lo que ustedes tienen que hacer es estar de acuerdo con eso”.

Cuando lo hacemos, nuestra herencia es restaurada, estamos ante Su presencia para siempre, y nos sentamos a la mesa del Rey como uno de Sus hijos. Tal y como lo hizo Mefi-boset. Por cierto, en uno de esos fascinantes giros de los que está llena la Biblia, el nombre Mefi-boset significa “el que destruye la vergüenza”. Y eso es exactamente lo que la muerte del Señor ha hecho por nosotros.

Cuando murió Nahas rey de Amón, le envié una delegación para expresarle mis condolencias. Su hijo Hanún había heredado el trono y sus consejeros lo convencieron de que la delegación que yo había enviado en realidad era para espiarlo. Hanún mandó cortarles la mitad de sus barbas y la parte trasera de sus vestidos, dejándolos expuestos. Luiego los envió de vuelta a Israel. Esto lo hizo para humillarlos y ciertamente lo logró. Eso también me disgustó. Al enterarse Hanún de que yo estaba disgustado, contrató 20.000 mercenarios de Aram para que lo defendieran del ataque que sabía se le venía encima. El Señor estaba con nosotros y a pesar de que Hanún aun contrató más arameos, mi general Joab los derrotó castigando tanto a los arameos que estos rehusaron ayudar más a Hanún.

En la primavera siguiente envié a Joab de nuevo en contra de los amalecitas. (Ustedes los conocen ahora como los jordanos.) Yo me quedé en Jerusalén, y una noche estaba observando la ciudad desde mi palacio, cuando vi a la mujer más hermosa que pude haber imaginado, bañándose en la azotea de su casa. Supe que su nombre era Betsabé, mujer de Urías hitita, uno de mis soldados. Eso no me importó en ese momento. De inmediato supe que tenía que tenerla. Esto no era algo de un rey arrogante que quería tomar la esposa de alguien más, porque podía hacerlo. Esto era de un hombre que quería arriesgarlo todo por el amor de una mujer sin la cual no podía vivir. Envié por ella y de inmediato nos enamoramos. Fue una noche que nunca pude olvidar.

Un poco tiempo después ella me envió a decir que estaba embarazada. Entrando en pánico, llamé a su esposo, creyendo que si pasaba un día o dos en su casa con su esposa, parecería que el niño fuera de él. Pero Urías rechazó ir a la comodidad de su casa mientras sus compañeros estaban en el frente de batalla. Así que lo envié de vuelta e hice los arreglos para que su comandante lo pusiera en la parte más peligrosa de la batalla y luego lo abandonaran para que el enemigo pudiera matarlo. Así fue, y Urías murió. Después de un período apropiado de duelo, Betsabé y yo nos casamos.

Como ustedes supondrán, esto disgustó mucho al Señor y me dijo que ya Él me había hecho rey sobre todo Israel, con todas las esposas y concubinas que yo quise y que si eso no fuera suficiente, Él me podría haber dado cualquier otra cosa que mi corazón hubiera deseado. ¿Por qué había yo tenido necesidad de haber hecho esta cosa tan terrible, avergonzándolo a Él también?

Y de las incomparables riquezas de Su gracia, Él me perdonó. Sin embargo, habrían consecuencias. El bebé de Betsabé, nuestro bebé, moriría. Y de mi propia familia saldría la calamidad. Mis esposas me serían infieles con alguien cercano a mí, y mis propios hijos se levantarían en mi contra.

Los efectos malignos del pecado fueron demasiado obvios. El adulterio había producido un intento para cubrirlo, lo cual produjo una mentira la cual culminó con un asesinato. Qué clase de telaraña se tejió. Un buen hombre había muerto, y el Señor, a Quien yo había amado más allá de todas las cosas, se había avergonzado y ofendido por mi comportamiento.

Nuestro hijo murió poco tiempo después, yéndose en paz para estar con el Señor. Yo me reconcilié con eso, sabiendo que un día lo volvería a ver en el Reino del Señor. Hice duelo con Betsabé, consolándola por la pérdida que acabábamos de tener. En Su misericordia el Señor permitió que ella concibiera de nuevo y así nació Salomón, que sería el próximo rey de Israel y quizás el más grande de todos.

Pero yo apenas estaba comenzando a pagar el precio de mi ingratitud. Antes que terminara, iría al Arca del Pacto para poner mi mano sobre ella, esperando ser muerto de inmediato. Fue durante este momento cuando escribí el Salmo 51, reconociendo mi pecado y rogándole al Señor que me perdonara y restaurara el gozo de mi salvación.

El Señor vio mi espíritu contristado y mi corazón quebrantado, y me perdonó, de la misma manera que Él lo haría con cualquier pecado que ustedes cometan, sin importar lo grande que sea. Nada hay que uno pueda hacer que sea más grande que Su amor; ya Él dio su vida para liberarnos. Tenemos que demostrar un remordimiento genuino, pedir perdón y casi antes de terminar, usted se sentirá que el peso de su pecado ha sido removido. Yo lo se; ya he estado allí.

Mientras tanto, Joab estaba ocupado derrotando a los amonitas. Cuando capturó la fortaleza real, envió a decirme que trajera el resto del ejército para que, de manera oficial, yo presidiera sobre la derrota final de los amonitas. Joab tomó la corona real de la cabeza de ídolo principal, Moloc, y la colocó sobre mi cabeza. Estaba hecha de oro sólido, pesaba casi 45 kilos, y estaba incrustada de piedras preciosas. Ese día tomamos mucho botín de los amonitas, y asignamos a todos los que quedaron para trabajar para Israel. Todo su país fue hecho tributario a nosotros, porque un joven y arrogante rey quiso avergonzarme al humillar a mis oficiales.

El Señor utilizó este evento para comparar la suerte de Hanún, rey de Amón, en mis manos, con mi suerte en manos del Dios Vivo. Yo había avergonzado al Señor mucho más de lo que Hanún lo había hecho conmigo, y el Señor estaba en todo Su derecho de quitarme el reino y poner mi corona sobre la cabeza de alguien más, como yo lo había hecho con Hanún. Pero Sus misericordias son nuevas cada día, y conociendo la angustia de mi corazón, Él me perdonó. Luego hizo algo que es casi imposible hacer para nosotros los humanos. Él se olvidó de todo. Mientras que eso no me alivió de las consecuencias terrenales de mi comportamiento, sí me mostró que nuestra relación no había cambiado. Yo aun permanecía siendo Su hombre para Israel, y Él aun era mi Dios.

Una y otra vez, la Biblia demuestra que la relación de Dios con nosotros no está basada en nuestros valores, sino en Su fidelidad. Cuando Adán pecó en el Edén, Dios no lo abandonó, sino que hizo las provisiones para su redención. Cuando Abraham tomó las cosas en sus propias manos para tener el hijo que Dios le había prometido, Dios bendijo a Ismael y aun proveyó a Isaac, el hijo de la promesa. Cuando Moisés murió después que desobedeció a Dios y fue descalificado para guiar a Su pueblo a la Tierra Prometida, el mismo Dios enterró su cuerpo y se lo llevó al cielo. Cuando Pedro negó al Señor tres veces en la noche que fue traicionado, el Señor lo restauró y le dio la responsabilidad de toda la iglesia.

Cuando ustedes tropiecen y caigan después de haber hecho su compromiso con el Señor, Él los levantará, los limpiará y los volverá al camino, aun llevándolos en Sus hombros por un trecho. Y como el resto de nosotros, ustedes descubrirán que su actitud hacia ustedes no ha cambiado un ápice. Usted es aún Su hijo, y Él es aún su Dios.